Viajar en ómnibus me gusta mucho. Aprendo. Me hace una mejor persona. Ya lo he dicho antes y lo vuelvo a decir ahora, en un bondi es donde se ve realmente si una persona es bien educada o no. Las palabras permiso, perdón y gracias no deben dejar de usarse ni bien se tengo la chance de decirlas. Es agradable. Pero ahora... hay una sola cosa que me enerva de tener que subirme a un bus. Generalmente el planchita con la cumbia villera en el teléfono al palo no me jode. Ya me acostumbré a que el guarda me corte el último boleto y entonces dejármelo inhabilitado para su posterior uso. Después de todo eso no está bien. Tuve que asimilar que es mucha la gente que se sienta en pasillo cuando ventana va libre y no se molesta en correrse un culito. Si me agarran en un buen día las viejas que ocupan el asiento para embarazadas y no lo desocupan cuando de verdad se necesita no me rompe mucho las bolas. Y que te pidan monedas por cualquier cosa ya se volvió algo de todos los días. Ahora... Y le quiero dar a esto una pausa de dramatismo. Ahora... El roce de un pene en el hombro cuando voy tranquilamente sentado provoca en mi el acto de querer bajarme y seguir las 54 cuadras que me quedan de viaje a pata.